sábado, 17 de febrero de 2018

Tan tan, tan tan

Una mariposa nocturna tantanea con sus alas en los cristales de la ventana que da a la galería.
Tan tan, tan tan.
Quizá no tarde en llover.
Se huele la humedad.
Hay luciérnagas en el alféizar.

La mariposa mueve sus alas.
Sube y baja por el cristal cuya impenetrabilidad no comprende.
Parece que está furiosa. Quiere entrar y se desespera.
Giro la cabeza para no verla. Me inquieta.
Tan tan. Vuelve a llamar.
Tan tan.
Apagaré la luz. No tomaré más notas.
La verdad es que no se me ocurre nada que merezca la pena.
Mañana concluiré el trabajo
Cerraré los ojos para divagar.
Algo veré en mis pensamientos
O, al menos, daré una cabezada.
Se me aparece mi amiga dicharachera con su faldita escocesa de colegiala sexy.
La misma que llevaba ayer.
No tiene otra a cuadros escoceses ni tan corta.
Creo que la considera un argumento lúdico para alborotar mis instintos de macho sofisticado.
Hoy no ha venido únicamente a charlar conmigo. A veces quiere hablar y hablar y no para de hacerlo. Haga lo que yo haga, su discurso es imperturbable.
Pero esta noche quiere adueñarse de mi sopor para adentrarse en mis sueños. Le gusta hacerme suyo, atentamente suyo, completamente suyo.
Mientras tanto, mariposas y mariposas atraviesan los cristales
A decenas, a cientos. Son tantas que chocan entre sí.
Mi amiga se convierte en mariposa y su faldita escocesa se transforma en alas que la suspenden en el aire.
Lleva unas bragas color hueso que casi se confunden con su carne pálida de muchacha flaca. Vocacionalmente flaca.
Vuela entre pétalos oscuros, por encima de mí.
Pero su faldita es demasiado corta para hacerse alas que la sostengan.
Me caerá encima. Está flaca y me clavará alguno de sus huesos.
¡Ay!
Las restantes mariposas buscan el botón de la luz para prenderla. Qué raro.
Siento su aleteo y hasta siento que las veo. Mañana tengo que ir al banco a ordenar que devuelvan ese recibo que no procede.
Dunas blancas, doradas, dunas, dunas…
Sí que veo luces de luciérnagas en el aire, más allá de las mariposas nocturnas que habían inundado la habitación, ahora que parece que se han ido.
Pétalos negros. Rosas.
Estoy solo. Más acá de los cristales el aire está limpio, no hay polen de alas de mariposas flotando.
Necesito comprar una cafetera.
Más allá de los cristales, los minúsculos centelleos de las luciérnagas se multiplican.
No me gusta el café soluble. El hervidor es eficaz y me permite calentar el agua para los tés, también.
En la alacena tengo almendras y orejones.
Manzanas. Nueces.
Manzanas, manzanas. La habitación central de la casa está llena de cajas llenas de manzanas.
Todas las cajas de manzanas de todas las fruterías del sur de Europa están ahí. Las mariposas, cientos, miles, las quieren sobrevolar, pero caen sobre ellas. Muchas se desploman súbitamente. Otras parecen querer posarse, pero también caen.
¿Le gusta el aroma de las manzanas a las mariposas nocturnas? A mi sí, pero estas manzanas en cajas diría que no huelen tanto.
Necesito una cafetera. ¿Estoy dormido? ¿Tengo frío? ¡Las manzanas provienen de cámaras frigoríficas y están enfriando la casa.
Me envolveré en entresueños; me arroparé con ellos.
¿Dónde están las mariposas? ¿Y las manzanas? Huelo a café.
Tengo que entregar ese trabajo mañana. Estoy despierto.
Las luciérnagas siguen ahí. Estaba soñando.
Me levantaré para cerciorarme de que no hay cajas de manzanas en la habitación de al lado. Ni mariposas.
No hace falta. Con los ojos entreabiertos de mis entresueños no veía la puerta entreabierta de la habitación de al lado y aunque está oscura y tengo los ojos completamente cerrados me parece que no hay manzanas.
Amor. Rosas de la noche.
Aún hay muchas luciérnagas macho volando sobre las luciérnagas hembra que no sé cómo han llegado al alféizar de la ventana que da a la galería. Lucecitas, lucecitas. Mis ojos no se abren del todo, seguiré en el cuarto oscuro de mis ojos. Deshojaré los pétalos oscuros de la rosa de la noche. El galanteo de las luciérnagas es hermoso.
Bulle mi cerebro. Tomaré un café soluble ¡qué remedio!
Si compro una cafetera nueva (debo tirar la herrumbrosa, aun la tengo en un estante de la cocina), tiene que ser una cafetera italiana clásica, como aquellas que mi madre y mi segunda exposa ponían sobre los fogones. Los viejos fogones en los que guisaba mi madre… los de vitrocerámica de aquella exposa mía que siempre tenía prisas, que hacía café para todo el día y luego lo recalentaba en el microondas. Café oscuro, que no llegaba a ser negro, como el soluble. Tierra oscura. Tierra sin rosas.
Cada vez hay menos luciérnagas volando. ¿Se habrán apareado? Si me acerco al alféizar para verlas tal vez se asustarán. Me acerco. No veo lucecita alguna.
Basta de oscuridad, ya no hay mariposas tantaneando. Prenderé la luz.
Tomaré una infusión y acabaré el trabajo.
Tan tan. Madera.
Tan tan, la puerta de la calle. Madera.
Tan tan. Una voz: Tantarantán tan tan. Debo abrir.
Mi amiga dicharachera está la otro lado de la puerta.
Abro. Me abraza. Sonríe. Me gustan sus ojos. Me emociona su mirada.
Se quita el abrigo.
Me muestra el vestido negro con laminillas de plata que lleva puesto. Da una vuelta sobre si misma. Ensancha su sonrisa.
¿Vienes de una fiesta? No, de una vernissage muy aburrida. Vengo para vengarme del día de hoy  y a pasar la noche contigo. ¿A vengarte? ¿De quién? De nadie, de mi hastío. Solo se me cura contigo. ¿Conmigo? Contigo, contigo ¿Cuántas veces has dicho contigo desde que has entrado?
Mira que traigo. Me entrega un paquete. Lo abro. ¡Una cafetera italiana!
Sonríe de oreja a oreja. La beso. Mañana la estrenaremos. ¡No, ahora! No quiero que duermas. No tengo café en grano ni molido. Mañana.
Bien. Vamos a la cama Me besa. Espera. No te quites el vestido. Me gusta el brillo titilante de las laminillas, me recuerda el de las
luciérnagas macho cuando vuelan y quieren hacerse ver por las luciérnagas hembra que están en el suelo, también brillando.
Ah ¿y cuándo has visto tú esas luciérnagas?
Esta noche, a través de la ventana de mi cuarto de trabajo. Estaba somnoliento y mientras cabeceaba he recordado ese espectáculo. He soñado que paseábamos juntos, agarrados de la cintura, por una vereda tropical y que avanzábamos flanqueados por luces de cocuyos, que son insectos parecidos a las luciérnagas.
¡Qué bonito! ¿A dónde íbamos? No íbamos, estábamos juntos, juntos en un sueño de lucecitas vivas. ¿Y yo llevaba este vestido negro con laminillas? No, llevabas la faldita escocesa de colegiala. Ah, qué fea, pero si esa faldita la compre para ir a aquella fiesta de disfraces cutres que montó mi amiga Lidia, la que quería que fuéramos todas de pilinguis y yo fui de pilingui jovencita ¿tengo carita de ingenua verdad? ¿Verdad?
Eres ingenua ¡Cuando quiero! Eres dulce ¡Cuando quiero! Eres ardiente ¡Cuando quiero! Lo eres, lo eres, lo eres, por eso te sueño en mis sueños de noches nupciales de luciérnagas. Bueno, bueno, no sé si creerte o si dejarme embaucar con tus historias. Y no me gusta que me  sueñes con la faldita esa de pilingui que se hace la niña…Yo estoy muy buena, aunque tú que eres un avaricioso de mis carnes me llames flaca, y no necesito provocar a nadie para ser deseada. Solo a ti, a veces. Pocas, ja ja. Te sublevas enseguida.
¡Mira que lo he dejado todo por ti esta noche! Tenía que entregar un trabajo mañana, pero te has aparecido en mi cabeza y has despertado mi soñera.
Ese vestido tuyo de la laminillas es en verdad precioso, se ajusta a las formas distinguidas de tu cuerpo y es como un cómplice de tu elegancia natural.
¡Calla!

A la mañana siguiente, cuando me levanté para mis abluciones matinales y para ir a  comprar café molido para estrenar la cafetera, el suelo estaba lleno de laminillas de plata. También había cadáveres de mariposas nocturnas y de otros insectos que no identifiqué. Ella dormía, zzz.
Huele a café. Qué rico. ¡Qué grandes tienes los ojos! Estaba profundamente dormida, soñaba que paseaba por un jardín de rosas negras. Te buscaba.
Tendrás que ir a trabajar con ese vestido, nocturno y arrugado…  No. Pasaré por casa. Te quiero. Hasta las 11.33 no tengo prisa. Me ha divertido mucho hacer el amor vestida. Solo me has quitado el suje… No quería que nada te abrazara. Te quería solo mía. Eres un encanto, demasiado complicado, a veces; un macho sofisticado que se hace amar con esas mentiras que cuenta… Con esos sueños que inventas.
Rosas negras. Calma.


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