lunes, 6 de febrero de 2017

S. XXII

Me temo que no podré ir contigo a la excursión.
El roboto médico del Centro de Atención Primaria
del Instituto Universal de la Salud
me ha diagnosticado una necrosis en un pie
y le ha pedido al sistema que me dé hora y día
para los robotos cirujanos. Deben intervenirme.

La agenda del sistema
me informa de que antes de operarme
debo implantar un nanocircuito
al roboto asistente de mi casa
para que pueda ayudarme mejor
en los meses en que precisaré recuperación
ya que no podré moverme apenas de la cama.

Me hubiera gustado acompañarte,
estar contigo todos esos días, ver paisajes,
sentir el aire fino de la sierra.
Permíteme ahora corregir el itinerario
trazado por la robota guía.
Conozco esos caminos, las fuentes,
los recodos donde puedes escuchar
a los pájaros canoros.

Ya sabes que fui un buen senderista
cuando no trabajaba y disfrutaba
del quinquenio sabático.
Tenía pocas obligaciones entonces
y caminé mucho.
El sueldo social de ocio
no daba para muchas fiestas,
y yo deseaba estudiar ecosistemas,
así que me entregué al goce
de ver montañas y horizontes.

No vayas sola. Forma un grupo
con tus compañeras de postgrado.
Les gustará.
Volver a la naturaleza, disfrutarla,
sin autómatas que lo resuelvan todo,
es casi presquiptivo en estos tiempos,
un mandato de la razón humana.

Si te pones las lentillas transmisoras
Yo veré lo que tú desde mi cama
y podré indicarte algunas cosas.
En esa zona, la 42, es donde se instaló
el absorbedor de agua celeste
que abastece al Río 1 que atraviesa
los territorios a los que antes
llamábamos Europa continental,
un río que decidimos que naciera allí mismo.

Una fantástica obra, fruto de la colaboración
entre la inteligencia artificial y la necesidad de las personas.
Yo también participé en la elección
del trazado.

Los robotos deciden, es verdad,
pero comprenden mejor que nosotros
nuestras cosas.
Los de nivel alto, los que ordenan
y armonizan la vida humana en estos tiempos
son capaces de pensar nuestros sentimientos
y tratan de sentir nuestros pensamientos.
Eso reclamaba un sabio español,
cuando todavía había españoles,
allá por el primer tercio del siglo XX.

Los robotos deciden, es verdad,
pero no nos engañan como hacían
políticos y prelados.
Mienten alguna vez, es natural.
Tienen poder y el que lo tiene, miente
aunque sea un cerebro artificial
sin otras ambiciones que cumplir
con sus funciones.

Dicen mentiras
si les interrogas demasiado.
Los humanos aspirantes a mandamases,
en cambio, mentían casi siempre
Tanto nos engañaron que tuvimos
que apearlos de sus jerarquías
y sustituirlos por robotos en el 2044.

Pronto hará cien años de ese momento
inteligente de la humanidad.

Lo celebraremos, si quieres,
y ya que ahora los seres humanos
parece que ni cumplamos años
porque somos todos de edad indefinida,
podemos festejar que estamos libres
de individuos como aquellos
que querían pisar a los demás.

Debemos apurarnos,
que aun existe el tiempo.
No vaya a ser que logremos dominarlo
y no tengamos nada temporal que celebrar.
Los robotos inmortales no tienen pasado ni futuro,
tan solo se replican a sí mismos
en una neutra rutina sin sorpresas,
y son ajenos a estas emociones nuestras.

Aunque la perfección no exista
o no sea más que un equilibrio
en el que cabalgamos como si no existiera el peligro,
seguimos esforzándonos en alcanzarla.
Nos gusta seguir sintiéndonos imperfectos
y por ello buscamos la perfección,
para probar que no somos perfectos.

A la inteligencia artificial le cuesta entender eso.
Tendremos que negociar con ella
igual que negociamos mantener los sentimientos
aunque rebajando la intensidad de los perversos.
Seguimos y seguiremos siendo animales sentimentales.

Si no fuéramos capaces de amar intensamente
no viviríamos. No somos seres funcionales
como los robotos.
Gran parte de lo bueno que existe entre los humanos
procede de los buenos sentimientos
y el resto de los malos,
que nos permiten descubrir a sus contrarios.
Sin sentimientos, para nosotros,
no habría nada.

Hemos alcanzado el amor eterno, por ejemplo,
gracias al conocimiento novelado de las maldades
de las tristes mujeres que gastaban su vida en la misandria
y de los desconcertados hombres que no supieron amar.
Nosotros aprendimos a desamar
y por ello descubrimos que es posible
el amor eterno. Nosotros dos
pensamos que nos amaremos siempre, de lejos o de cerca,
Tu en tu celda y yo en la mía
o revueltos en la casa de los dos.

Esta sabiduría, más profunda que la razón,
ha inspirado la tendencia actual
a pensar que la eternidad humana no es física,
que se alcanza a través de una sucesión
de amores o de actos de amor
con una o con varias personas,
cuando eres dueño del deseo
y no su presa.

Es admirable que aquellos humanos
que en el siglo pasado vivían menos de cien años
fueran adquiriendo ese conocimiento
después de sufrir tantas pasiones en sus vidas.

Solo tengo tres preguntas que me inquietan.
¿Cuándo cumplas 120 me seguirás amando igual?
¿Te amaré yo como ahora?
¿Es verdad todo eso del amor eterno?

Yo, aunque nunca lo celebro,
cumpliré 140 en pocas lunas
y siento que te amo como el primer día.

De humanos es errar y perseverar en el gozoso error,
me dije una vez. Ahora lo reitero, por si errara.


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