Me hubiera gustado que me
preguntaras:
¿Qué te pasa?
¿Qué te pasa?
pero te estabas peinando.
Me hubiera gustado
sentir una mirada tuya de
comprensión
pero solo tenías ojos para
el espejo,
para tu larga melena de
proyectos.
Tuve que ir a los profesionales
del malestar
para tratar de encontrar
alivio.
Fui al osteópata, a la
masajista,
a la doctora del centro de
atención primaria,
a la bruja que echa las
cartas,
al electroencefalografista…
al psiquiatra…
Todos me contestaron con
vaguedades
excepto el
electroencefalografista,
que me enseñó un gráfico
y el psiquiatra, que me dijo:
Usted no está loco ni
padece depresión,
pero su ánimo está en zona
de fragilidad.
Tome estas pastillas durante
dos meses
y al terminarlas, vuelva.
Seguí el tratamiento. Me fue
bien.
Volví al psiquiatra. Me dio
el alta.
Entonces me fui a pasear
por las calles de mi viejo
barrio barcelonés.
Sentí el aroma del romero y la
albahaca
que venden en pequeñas macetas en el bazar chino
que ha sucedido a la
floristería de siempre
y aunque las flores que tienen son todas de plástico
o de tela,
mi memoria olfativa me
devolvió
el olor a rosas que me
envolvía cuando niño
al pasar ante aquella tienda de
flores
(nunca he comprendido por
qué no les llaman
a esas tiendas florerías en
lugar de floristerías,
como si despacharan floristas
en vez de flores).
Me he tomado, después, un
café
en el tostadero de la
esquina,
que sigue haciéndolo muy
bueno.
Te he comprado un cuarto de
kilo, ya molido,
porque el día en que se
estropeó el molinillo
decidiste no perder más
tiempo con moliendas.
De este tomaremos dos tazas
después de comer
y luego lo guardaremos en el
frigorífico
para que no pierdan del todo
los aromas.
Hay una librería nueva.
Te he comprado un libro,
de Leonardo Padura,
una historia de ese
detective suyo,
que sé que te gustaba.
Se hace tarde. Quería
comprarte otra cosa,
pero solo me da tiempo para
unas legumbres cocidas
en la tienda de siempre, que sigue con sus oferta de siempre.
Las tomaremos y así no hará
falta que cocinemos primer plato.
Eso siempre es bueno para
tus prisas.
Ah, sí, café;
ah, garbanzos, ya sabes que no me gustan mucho,
pero está bien.
No te olvides de llamar al vidriero.
Bien. Cuando veo a una mujer
con proyectos
que no escucha al hombre con
el que comparte
la parte física de su vida,
vengo a pensar que eso era lo que
hacían los hombres,
todos los hombres, en el
semipatriarcado,
y no solo los que tenían
proyectos,
también los hombres vacíos. Qué
tiempos.
Y qué tiempo este. No me
olvidaré del vidriero.
Incluso creo que iré mañana,
paseando.
Ahora que sé que no estoy
loco
ni deprimido.
Ahora que he superado el estado
de fragilidad anímica
Tal vez encuentre por el
camino a alguien
a quien escuchar.
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