Hay una curiosa asamblea en mi
escritorio.
Ahí está mi cámara, un bolígrafo,
un teclado y su ratón
y, algo hacia atrás,
y, algo hacia atrás,
la pantalla del ordenador.
También está tu pintalabios violeta
y tu pulsera de piedrecillas de
colores,
esa que yo digo que parece de una niña.
Hay dos bolígrafos más y un lápiz que
no sé que pintan
ni qué quieren escribir estando ahí. El
teclado es más rápido.
Una funda de gafas, lápices en un vaso, un abrecartas,
(estoy pensado en que sí que podría
pintar algo
o manchar el papel, herramientas no me
faltan),
tres libretas de colores,
varios blocs de espiral.
Hay dos teléfonos fijos. Un teléfono
móvil
(podría llamar a alguien, a ti, por
ejemplo,
para preguntarte si lo del pintalabios
es un descuido intencionado para
recordarme
que tus labios son voluptuosos,
sensuales, prominentes,
inquietos e inquietantes…).
Está tu tablet, en su funda,
te la habrás olvidado,
siempre olvidas algo con tus prisas.
También, junto a un teléfono, hay dos
tarjetas,
la de un fontanero (sí, convendría cambiar
la pila del lavabo)
y otra de un abogado
(¿vas a llamar a un abogado para tramitar tu divorcio,
o sea el mío, es decir, el de ambos?)
o sea el mío, es decir, el de ambos?)
Está bien.
Sabes que estaré de acuerdo
en que nos divorciemos de mutuo
acuerdo,
lo que no entiendo es para qué quieres llamar
al fontanero
¿acaso esperas que sea yo el que se
vaya de casa?
No me jodas, nena, que trasladar todos
los libros
y los discos…
con todas las notas pegadas que tengo
en cada uno de ellos
(ya sabes que hace tres años que descubrí
la utilidad del posit).
También tengo en la mesa
una hoja medio escrita a mano
que dice… Ay, no, no quiero releerla,
es un apunte sentimental,
me enternece.
Qué cosas escribo a veces, menos mal,
menos mal que rompo muchas notas.
Ah, hay una tuya, donde te recuerdas
que deberías
llamar al señor Clodio ¿quién es ese?
¿Por qué dejas tus notas en mi mesa?
Como esas tres que has pegado en la
pantalla del ordenador…
diciendo que no debería interesarme en
muchachas jovencitas.
Con un poco de ironía me repites, me
repites, me repites,
que hice ayer el ridi en el supermercado.
Me dijiste allí,
después de comprar tus yogures de soja
desnatados,
que no estaba bien que echara el ojo de
modo descarado
a aquella veinteañera que iba con su madre
empujando el carro lleno...
empujando el carro lleno...
Pero es que fuimos los dos a la vez
quienes cruzamos las miradas
Y las retuvimos. Y tu al vernos te
pusiste celosilla…
Que ya no tengo edad
para jugar al coqueteo con jovencitas,
como si su impulsiva vanidad fuera conmigo,
para jugar al coqueteo con jovencitas,
como si su impulsiva vanidad fuera conmigo,
y aun menos, aun menos, aun menos, con
su madre al lado...
¡qué vergüenza!
Por suerte viste el jueguecito desde el
área de lácteos,
algo lejos
(por cierto, mientras tanto hablabas
sonriente con un calvo
¿da para ligar eso de admirarse ante la
abundante oferta de yogures?)
De reojo, digo yo, verías que ella, su
mamá y yo
andábamos por la zona de conservas de pescado
sin cruzar palabra.
Estando algo más cerca no hubieras
imaginado tantas cosas.
A mi no me turbó que su mamá se diera
cuenta
de que los ojos de su hija se clavaban
en los míos.
Solo eran miradas… aunque no sé qué
pensaría
cuando la joven se echó atrás la
chaqueta
y exhibió con tierna voluptuosidad el
perfil de su cuerpo
(no sé si viste eso, mejor si no fue
así, te irritaría).
Tal vez la mamá le echó un sermón
después,
pero si la chica tiene la personalidad
que le supongo,
una reprimenda hará que se interese más
por mí.
Pero yo solo la miraba, era bonita. No
te sientas celosa.
No quiero que sufras por mis pequeños coqueteos.
Además, al supermercado solo voy si voy
contigo.
Por cierto, si vas tu sola y ves al
calvo de los yogures,
deberías evitar esa sonrisa tuya más
que amable…
Y ese fontanero… me has de decir para qué tienes su
tarjeta…
y por qué te olvidas tantas cosas en mi
mesa de trabajo,
que empieza a no ser grande si la
ocupamos los dos,
pero ¿sabes?
Podrías comprar un pintalabios
protector y transparente
y olvidarlo más a menudo.
Podría tomártelo prestado para proteger mis labios resecos
(¡hace tanto que no nos damos besos
húmedos!)
pero no me atrevo con el violeta.
Aunque ¡ja ja! se me ocurre una travesura:
me los pintaré y cuando llegues
y entres en casa sin mirarme apenas,
como siempre,
te llenaré de besos las mejillas.
Sé que no me darás tiempo a llevarte
hasta el espejo
para que veas en tu cara las huellas moradas
de mi boca.
Te encenderás como solo mi pasión puede
encenderte…
Me abrazarás y tal vez me empujes al
sofá…
Ay, qué rico ese arrebato.
Habrá que preparar la cena. La cena,
sí.
Esperemos un poco.
¡Qué relajo!
Esperemos un poco.
¡Qué relajo!
No te olvides otra vez el pintalabios
en mi mesa
¿De veras quieres que tramitemos el
divorcio?
¿Quién te ha dado la tarjeta de ese
abogado?
¿Hay algún tipo que te gusta por ahí
fuera?
¿No será amigo tuyo el fontanero?
¿Vas a ligarte al calvo?
No he vuelto a ver a la veinteañera del
supermercado.
Era bonita.
Si sigues besándome en el pecho,
no pondré la mesa…
Amor mío, ya cenaremos más tarde.
Si mañana te olvidas otra vez el
pintalabios en mi mesa,
tardaremos mucho tiempo en
divorciarnos.