lunes, 10 de octubre de 2016

Subir, subir

Llevas mucho tiempo subiendo y bajando montañas.
Cada vez que alcanzas una cumbre ves que más allá hay otra montaña más alta.
La observas, bajas, cruzas el valle y te pones a trepar por su empinada cuesta,
llegas a la cima y observas que más allá vuelve a haber una montaña más alta.
Desciendes de nuevo, cruzas un valle,
lo cruzas casi sin ver sus árboles, ni las casas, ni las fuentes, ni las flores silvestres,
tienes prisa, no sabes por qué, pero tienes prisa,
pasas junto a un estercolero tan rápido que no necesitas taparte la nariz.
Llegas al pie de la montaña más alta.
Subes, subes, escalas sus mayores pendientes…
Llegas a la cumbre, por fin, y exhausto, ves al otro lado otra montaña…
Es mucho más alta.
Respiras, desciendes, cruzas el valle,
no ves a los campesinos, no ves los trigales ni los almendros.
No ves los cerezos ni los nísperos,
no ves el pueblo ni la tapia del cementerio
ni a las niñas que van a clase de gimnasia ni a los ciclistas con maillots de colores
ni a las cosechadoras conducidas por hombres con sombrero.
No ves al vagabundo sucio que arrastra los pies por la carretera.
No escuchas al pregonero que hace saber que ha muerto un buen vecino.
Avanzas, avanzas, llegas al pie de la montaña.
Una mujer hermosa te sonríe y te ofrece un vaso agua.
Bebes. Tenías sed. Sin darle las gracias, sin mirarla siquiera, empiezas a subir…
La cuesta arriba es dura y esta montaña es muy alta.
Conforme subes y subes te parece que cada vez lo es más,
que crece y se desnivela más y más.
No llegarás.
Te detienes, resoplas, miras abajo… piensas en abandonar…
No, no abandonas. Subes. Subes. Subes.
Puedes llegar, puedes, sí.
Ya estás un paso.
Franqueas las últimas rocas que barraban el paso a la cumbre.
Llegas, ya estás arriba. Arriba de todo.
Para tu asombro no hay al otro lado ninguna montaña más.
Has llegado por fin a la cumbre más alta de todas las cumbres.
Has llegado. ¡Has llegado!
¿Y ahora qué?
Te mereces un descanso. Te sientas. Hace frío. Tienes frío.
Te sorprendes mirando abajo.
Nunca habías pensado en bajar una montaña salvo para volver a subir a otra más alta.
Bajarás. Tienes frío. Angustia.
Descenderás por la cara norte.
Tienes vértigo. Das un paso. No hay camino… 
Resbalas. Caes. Ruedas por un nevero sin fin.
Mientras caes te parece que ves árboles, fuentes, campesinos, cerezos, nísperos, un almendro, niñas faldicortas que van a gimnasia, ves un pueblo,
oyes al pregonero.
El pregonero dice tu nombre.

La parte de adentro de la tapia del cementerio casi no se ve.
Hay varios cipreses antepuestos. Enhiestos.
Quieres ver sus puntas, pero desde el interior del nicho ya no se ve nada,

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