Siempre me han ido mal las cosas,
ni siquiera me han ido regular.
Yo siempre he sido pobre,
pobre de solemnidad.
— Pobre hombre,
decía el panadero,
cuando me fiaba el pan.
— ¡Y tan joven…!
dice ahora su señora,
que no me fía ya.
Pero el día más pobre de mi vida
—iba soñando en pan—
la encontré.
Y desde entonces soy rico
—ya no echo en falta el pan—,
me enamoré.
Yo la adoro
me hace rico
tengo el oro
de su pelo.
Tengo pico
para hablar
y su amor
para cantar.
Ahora no es que me vayan bien las cosas,
ni siquiera me marchan regular,
pero no me siento pobre,
pobre de solemnidad.
— ¡Vaya chico!
exclama la casera
cuando viene a cobrar.
— Ya no es pobre,
se dice tan contenta,
aunque no voy a pagar.
Y es que en el día más pobre de mi vida
—iba con el pecho contraído
y los bolsillos vacíos—
la encontré.
Tanto ha cambiado mi suerte
que no siento los bolsillos
y desde un henchido pecho
surge risueña mi voz:
Yo la adoro
me hace rico
tengo el oro
de su pelo.
Tengo pico
para hablar
y su amor
para cantar.
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