Me amaste altiva la primera noche.
Querías mandar en mi cuerpo
como en la mente de tu hermosa amiga,
aquella Claudia que me gustaba tanto
y que resolviste apartar de nuestras vidas.
Yo deseaba tu amor y fui muy tolerante
también con tus caprichos de mujer
que no aceptaba el norte que la vida,
sin pedirle nada a cambio, le brindaba.
Yo no quería que aquello se quedara en nada.
Me amaste con furia la segunda noche
y me besaste hasta con odio algunas veces
para borrar tal vez los signos de ternura
cabalgando suicida hacia el abismo
que mi amor para ti simbolizaba.
Estabas perdiendo a tu mujer amada
—un pensamiento que te censurabas—
por un hombre al que sobre todo deseabas
cuando con ella cruzaba su mirada.
Me amaste con celos y más celos
noche a noche
adivinando que era a tu dulce amiga
y no a ti a quien yo en tus besos encontraba.
Discretamente, yo solo sonreía
cuando de ella con pasión me platicabas.
Pero un día fui yo quien empezó a decir
¡Cuán bella y dulce es
Claudia! la amiga de Susana,
mi
Susana.
Empezaste a admitir entonces, claramente,
que era a ella y no a mí a quien adorabas
y comprendiste tu pasión lesbiana.
Nuestra última noche de amor fue desgraciada.
¡Ay, Susana, nos perdimos!
Y yo echo de menos a tu hermosa amiga
la muchacha que a través de tu cuerpo
yo abrazaba cuando tú me amabas.
Y tú, querida, también echas de menos
la mirada de Claudia en mi mirada…
Los celos, el deseo y la pasión
que en mi cuerpo con furia derrochabas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario