Viento. Azahar.
La luz de la tarde se
desmaya sobre las llanuras verdinegras de naranjales.
La línea del horizonte engulle
al sol y se inmola en la penumbra.
Casi no veo tus ojos, pero
sé que brillan.
Azahar.
Casi no ves mis ojos, pero
sabes que brillan.
Toma mi mano.
Las hojas de los naranjos
se adormecen.
Refresca. Abrázame.
Somos una silueta en un
claro moribundo del paisaje.
Una figura nacida en el
azahar del aire y en la noche recién llegada.
Tu cuerpo cálido templa el
mío al abrazarme.
Nuestra figura, una sola figura,
huele a azahar,
a nuestro azahar que
perfuma los campos dormidos.
Somos azahar.
Se despiertan las hojas de
los naranjos.
Se hace de día.
Se hace de día.
Vamos.
Ahora somos aroma y nos
debemos al viento.
Que él nos lleve adonde
quiera.
Jordi Rueda
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