Eran muy verdes las
hojas de los árboles
y tu mirada
enamorada
era también muy clara
y luminosa.
Pero estaba llegando
otro tiempo
y ninguno de los lo
adivinamos,
tendidos poco a poco
hacia el invierno
que detrás de aquel
verde iba llegando.
Eran tan verdes las hojas de los
árboles
en las tardes doradas de
septiembre,
que ni tú ni yo pudimos suponernos
que vendría el otoño como siempre
delante de un invierno para
siempre.
Eran tan verdes las hojas de los
árboles
y tus ojos y mis ojos tan
brillantes,
que nuestra propia luz nos impedía
entender que las hojas morirían
secándose en el suelo al
desgajarse.
Eran tan verdes las hojas de los
árboles
que disfrazaban al invierno de
esperanza.
Pero amarillearon y cayeron…
Y tú eras una hoja y yo era otra
en la frontera oscura del invierno
dejamos nuestros verdes en el
cielo
y dormimos, marchitos, en el
suelo.
Eran muy verdes las hojas de los
árboles
y tu mirada
enamorada
era entonces más clara y luminosa.
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